Cuando oímos la sirena de una ambulancia, lo primero que pensamos es en el paciente que va en su interior, en la urgencia de llegar al hospital. Sin embargo, pocos se detienen a pensar en los profesionales que trabajan incansablemente detrás de esa sirena. Estamos hablando de los Técnicos en Emergencias Sanitarias (TES), una figura esencial, pero, lamentablemente, a menudo mal entendida y devaluada.
Los TES no son simplemente «conductores de ambulancias». Son profesionales sanitarios que han pasado por 2.000 horas de rigurosa formación en asistencia sanitaria de urgencias en los ámbitos prehospitalarios. Están capacitados no solo para transportar, sino también para brindar atención médica inmediata, realizar maniobras de reanimación y muchas otras tareas que pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Pero, a pesar de su papel vital, se encuentran en una situación profesional complicada. Su labor se limita mayormente a trabajar para la empresa que consigue el contrato provincial de transporte sanitario, adjudicado a través de un concurso público. Esta dinámica reduce drásticamente sus opciones laborales.
Al ser el mercado de trabajo tan reducido, y con pocas empresas dominando el sector a nivel nacional, los TES se enfrentan a un dilema. Pueden permanecer en su lugar de origen, a menudo aceptando condiciones de trabajo que no cumplen con la legislación vigente, o pueden optar por la movilidad geográfica, con la esperanza de encontrar mejores condiciones en otra región. Pero, incluso tras moverse, podrían acabar trabajando para la misma empresa años después, debido a la concentración del sector.
El hecho de que la administración no siempre supervise adecuadamente el cumplimiento de las normas en los contratos agrava aún más la situación. Los TES se sienten atrapados, sometidos a una presión constante y sin alternativas claras.
Es hora de que reconozcamos el valor de estos profesionales, de que entendamos su situación y de que busquemos soluciones para mejorar sus condiciones laborales. No podemos permitir que quienes salvan vidas a diario se sientan abandonados por el sistema. Es nuestro deber moral y ético velar por aquellos que viven para cuidar de nosotros. Porque, al final del día, todos somos vulnerables y podríamos necesitar la ayuda de un TES en cualquier momento. No permitamos que sus voces queden silenciadas.