Desde que comencé mi labor como Técnico en Emergencias Sanitarias, siempre he sentido una profunda vocación por ayudar a los demás. Cada día, me despierto con la esperanza de marcar una diferencia en la vida de alguien, de ser ese faro de esperanza en momentos críticos. Pero, últimamente, siento que la pasión y el entusiasmo que me empujaron a elegir este camino se están desvaneciendo.
Mi empresa, que debería ser un pilar de apoyo, me exige más allá de mis límites humanos, proporcionándome pocos medios para cumplir con mis responsabilidades. A veces me pregunto si realmente entienden la magnitud y la importancia del trabajo que realizamos a diario. ¿Cómo puedo dar lo mejor de mí cuando siento que no tengo las herramientas ni el respaldo necesarios?
Por otro lado, los delegados sindicales y el comité de empresa, que deberían representarnos y luchar por nuestros derechos, parecen estar desconectados de nuestra realidad. Siento que mi voz y mis preocupaciones caen en saco roto, que no hay nadie que realmente defienda nuestros intereses.
La administración tampoco parece estar a nuestro lado. La falta de medios adecuados y la aparente indiferencia ante el incumplimiento de la legislación me hacen sentir aún más desamparado. A pesar de ser la primera línea de respuesta en situaciones críticas, nuestra profesión no es reconocida como personal sanitario. Es frustrante ver cómo, a pesar de nuestra dedicación y sacrificio, no se nos valora ni se nos respeta como merecemos.
Lo que una vez fue un trabajo que amaba, se ha convertido en una carga pesada. Estoy sacrificando mi vida familiar, mis momentos de descanso y mi bienestar emocional. Aunque sigo amando lo que hago, siento que el sistema en el que trabajo me está fallando. Me duele pensar que esta maravillosa vocación se esté convirtiendo en un trabajo tan duro y poco recompensado.
Carta anónima de un Técnico en Emergencias Sanitarias Andaluz.